La placa encerró en suma, un espléndido conjunto de temas afilados por una perfección sutil con mucha sensibilidad pop (cada tema, un potencial single, desde la radiable "High and Dry" a pasajes fascinantes como los de "Black Star"), tan inmediato como atemporal y con tanta personalidad que hasta escapaba de la escena reinante: el britpop, pues digamos, un disco como el "The Bends" no es que se emparente con lo que firmaban por aquel entonces contemporáneos suyos como Suede, Blur, Pulp o menos, Oasis; sino que construía un sonido bajo sus propios términos. Jonny Greenwood tenía una arma atómica en las manos que estallaba en casi todos los cortes -en complicidad con las rítmicas de Ed O'Brien y ocasionalmente del mismo Yorke- con una intensidad demoledora (hombre, de las guitarras de "Just" o "My Iron Lung" no podías salir en pie). La base rítmica de Phil Selway y el mayor de los Greenwood, Colin, se plantaba de por medio inquebrantable, sólida y milimétricamente ejecutada sin ninguna pretensión protagónica sino entendiéndose como un complemento indispensable, tanto cuando los huracanes lo invocaban ("Planet Telex", "The Bends" o ese tema que tiene que ser la madre de actos como Travis, los primeros Coldplay y similares que es "Sulk") así como en los momentos cuando la fragilidad lo requería ("Bullet Proof... I Wish I Was" o "[Nice Dream]"). Y desde luego, redondeando todo estaba la aguda potencia vocal de Thom Yorke, un referente capital del rock de los '90s, siempre intersectando inflexiones y falsettos que encontraban instantes sublimes como los de la Jeff Buckley-esca "Fake Plastic Trees" o ese cierre tan magnífico con "Street Spirit (Fade Out)" y su emotivo lamento del «immerse yourself in love». Si lo que vino después fue increíble, jamás hay que olvidar que la primera gran obra de Radiohead fue esta que vio su madurez tanto compositiva como performática. En nombre del adolescente noventero, aquel que compró el cassette y luego atesoró el CD, el que escuchaba entusiasmado todavía la FM local para ver qué temas de Radiohead pasaban, el que sintonizaba la UHF para ver sus alucinantes videoclips preguntándose qué demonios decían en la escena final de "Just"; de parte de ese mismo muchacho que empezó a amar la música por discos como este, sólo me resta agradecer al "The Bends" por su sola existencia. Maravilla de los noventas y de la juventud, que no envejece nada. Nada.
La placa encerró en suma, un espléndido conjunto de temas afilados por una perfección sutil con mucha sensibilidad pop (cada tema, un potencial single, desde la radiable "High and Dry" a pasajes fascinantes como los de "Black Star"), tan inmediato como atemporal y con tanta personalidad que hasta escapaba de la escena reinante: el britpop, pues digamos, un disco como el "The Bends" no es que se emparente con lo que firmaban por aquel entonces contemporáneos suyos como Suede, Blur, Pulp o menos, Oasis; sino que construía un sonido bajo sus propios términos. Jonny Greenwood tenía una arma atómica en las manos que estallaba en casi todos los cortes -en complicidad con las rítmicas de Ed O'Brien y ocasionalmente del mismo Yorke- con una intensidad demoledora (hombre, de las guitarras de "Just" o "My Iron Lung" no podías salir en pie). La base rítmica de Phil Selway y el mayor de los Greenwood, Colin, se plantaba de por medio inquebrantable, sólida y milimétricamente ejecutada sin ninguna pretensión protagónica sino entendiéndose como un complemento indispensable, tanto cuando los huracanes lo invocaban ("Planet Telex", "The Bends" o ese tema que tiene que ser la madre de actos como Travis, los primeros Coldplay y similares que es "Sulk") así como en los momentos cuando la fragilidad lo requería ("Bullet Proof... I Wish I Was" o "[Nice Dream]"). Y desde luego, redondeando todo estaba la aguda potencia vocal de Thom Yorke, un referente capital del rock de los '90s, siempre intersectando inflexiones y falsettos que encontraban instantes sublimes como los de la Jeff Buckley-esca "Fake Plastic Trees" o ese cierre tan magnífico con "Street Spirit (Fade Out)" y su emotivo lamento del «immerse yourself in love». Si lo que vino después fue increíble, jamás hay que olvidar que la primera gran obra de Radiohead fue esta que vio su madurez tanto compositiva como performática. En nombre del adolescente noventero, aquel que compró el cassette y luego atesoró el CD, el que escuchaba entusiasmado todavía la FM local para ver qué temas de Radiohead pasaban, el que sintonizaba la UHF para ver sus alucinantes videoclips preguntándose qué demonios decían en la escena final de "Just"; de parte de ese mismo muchacho que empezó a amar la música por discos como este, sólo me resta agradecer al "The Bends" por su sola existencia. Maravilla de los noventas y de la juventud, que no envejece nada. Nada.
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