Radiohead :: “The Bends” - 20 años

viernes, 13 de marzo de 2015

20 años se nos ha ido volando. ¡20 años! Hablar del "The Bends" es irremediablemente para mí, todo un viaje a un momento fascinante de descubrimiento musical personal. Eran mediados de los '90s, no llegaba ni a los quince años de edad aún y ahí estaba yo, maravillado por lo que escuchaba en un cassette pirateado que había comprado a la hora de salida del colegio: «it's the best thing that you ever, ever had», repetía una de sus líneas y sí -contextos de la letra aparte- esa cosa que hacía retumbar los parlantes de mi vieja radiocasetera era lo mejor que yo podía tener. Como le pasó a muchos, el hitazo "Creep" fue lo que me llevó a buscar el nuevo álbum de Radiohead pero la sorpresa al repasarlo fue aún más grata: ahí, ante nuestros oídos, la instantánea consolidación del sonido del grupo estaba sucediendo. Fue algo deslumbrante. De un debut como el "Pablo Honey" (1993), no redondo pero sí con algunos destaques que atrapaban (más allá de "Creep" estaban ahí "Stop Whispering", "You" o la gran "Blow Out") a su segundo largo en donde no le sobraba nada, el salto fue determinante. Con conflictos con la EMI de por medio -presionándolos, esperando por el nuevo smash hit- en la interna el trabajo en estudios viró a una reformulación de estilo y formas ya más cohesionadas de la mano de John Leckie, el mismo productor responsable del fundamental epónimo de The Stone Roses y alguna vez ingeniero de Pink Floyd para el "Meddle"; abriendo de paso la asociación con dos hasta ahora colaboradores esenciales de Radiohead: Nigel Godrich (allí ingeniero de sonido) y Stanley Donwood (en el artwork). Fue un cambio no drástico como el de sus futuras entregas pero sí con un arrojo creativo inédito, más ambicioso, al punto de contagiar de vitalidad y emoción a todas sus construcciones melódicas, llevando a un nuevo nivel al típico formato de canción y de rock de guitarras que solían ensayar. Se dice que todo esto fue también en reacción a las reseñas poco halagadoras que acompañaron a su primer material y sus puestas en directo. "Son una imitación cobarde de una banda de rock", tildó Keith Cameron para la NME. Si bajo ese escenario algo tenían que probar los de Oxford, en "The Bends" se encontró su más rotunda respuesta pese a que en su momento el disco tampoco fuera apreciado. Pero como las grandes obras, el tiempo se encargaría de elevarlo a la categoría de clásico moderno. Y eso es lo que fue.
La placa encerró en suma, un espléndido conjunto de temas afilados por una perfección sutil con mucha sensibilidad pop (cada tema, un potencial single, desde la radiable "High and Dry" a pasajes fascinantes como los de "Black Star"), tan inmediato como atemporal y con tanta personalidad que hasta escapaba de la escena reinante: el britpop, pues digamos, un disco como el "The Bends" no es que se emparente con lo que firmaban por aquel entonces contemporáneos suyos como Suede, Blur, Pulp o menos, Oasis; sino que construía un sonido bajo sus propios términos. Jonny Greenwood tenía una arma atómica en las manos que estallaba en casi todos los cortes -en complicidad con las rítmicas de Ed O'Brien y ocasionalmente del mismo Yorke- con una intensidad demoledora (hombre, de las guitarras de "Just" o "My Iron Lung" no podías salir en pie). La base rítmica de Phil Selway y el mayor de los Greenwood, Colin, se plantaba de por medio inquebrantable, sólida y milimétricamente ejecutada sin ninguna pretensión protagónica sino entendiéndose como un complemento indispensable, tanto cuando los huracanes lo invocaban ("Planet Telex", "The Bends" o ese tema que tiene que ser la madre de actos como Travis, los primeros Coldplay y similares que es "Sulk") así como en los momentos cuando la fragilidad lo requería ("Bullet Proof... I Wish I Was" o "[Nice Dream]"). Y desde luego, redondeando todo estaba la aguda potencia vocal de Thom Yorke, un referente capital del rock de los '90s, siempre intersectando inflexiones y falsettos que encontraban instantes sublimes como los de la Jeff Buckley-esca "Fake Plastic Trees" o ese cierre tan magnífico con "Street Spirit (Fade Out)" y su emotivo lamento del «immerse yourself in love». Si lo que vino después fue increíble, jamás hay que olvidar que la primera gran obra de Radiohead fue esta que vio su madurez tanto compositiva como performática. En nombre del adolescente noventero, aquel que compró el cassette y luego atesoró el CD, el que escuchaba entusiasmado todavía la FM local para ver qué temas de Radiohead pasaban, el que sintonizaba la UHF para ver sus alucinantes videoclips preguntándose qué demonios decían en la escena final de "Just"; de parte de ese mismo muchacho que empezó a amar la música por discos como este, sólo me resta agradecer al "The Bends" por su sola existencia. Maravilla de los noventas y de la juventud, que no envejece nada. Nada.











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